Aquella sonrisa fue recibida como un obsequio fatal. Aschenbach se conmovió tan profundamente, que se vio obligado a huir de la luz de la terraza, del jardín, y buscar apresuradamente el refugio de la oscuridad de la parte posterior del parque. Allí fue donde se le escaparon amonestaciones, singularmente indignadas y tiernas al mismo tiempo: « ¡No debes sonreír así! ¡No se debe sonreír así a nadie! » Se arrojó en un banco, y fuera de sí, aspiró el aroma nocturno de las plantas.
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Enviada por Isidoro hace 9 años
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