¿Qué hacer? Estando a solas en plena laguna con ese hombre tan extrañamente insumiso, siniestro y decidido, el viajero no veía medio alguna de imponer su voluntad. Por lo demás, ¡qué blandamente podía descansar si no se enfadaba? ¿No había deseado que la travesía fuera larga, que durase eternamente? Lo más razonable y, sobre todo, lo más placentero era dejar que las cosas siguieran su curso Una especie de hechizo que invitaba a la indolencia parecía emanar de su asiento, de aquel sillón bajo y tapizado de negro que se mecía muellemente siguiendo los golpes de remo del despótico gondolero.
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Enviada por Viviana hace 9 años
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