Sentí que la vista se liberaba como la sacudida de un plano de Hitchcock, alguna artimaña con la grúa y la profundidad de campo de forma que la calle se estiró y cambió el enfoque. Todo cuanto había estado desviendo saltó de repente al primer plano.
Me llegaron el olor y el sonido: los gritos de Besźel; el sonido de los relojes de las torres; el traqueteo del viejo metal y la percusión de los tranvías; el olor de las chimeneas; los viejos aromas; llegaron todos como en una marea, con las especias y los gritos en ilitano de Ul Qoma, el martilleo de un helicóptero de la militsya, el rugido de los coches alemanes. Los colores de la luz de Ul Qoma y de las mercancías de plástico de las vitrinas ya no difuminaban el ocre y la piedra de su ciudad vecina, de mi hogar.
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Enviada por Nerea hace 9 años
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