Un día no supo nombrarlo, no le salió ese Honorio que tenía gastado de tanto usarlo. Se quedó quieta, paralizada, y apretó los ojos buscando en el armario de recuerdos que con paciencia había ido construyendo. En ninguna leja, en ninguna balda, en ningún cajón halló a Honorio, ni a los dos hijos que habían traído a este mundo y que empezaban a dejar de existir para ella. Sí se cruzó con su madre, con su tía, con la profesora que le había enseñado a leer comprendiendo, que no es lo mismo que leer a toda prisa, le dijo. Encontró un día en la playa en el que se quemó la piel y el sabor del helado de turrón que le compraba su padre cuando los dos paseaban hasta la hora de la cena.
- No compres nada a la niña, que luego no me cena – decía siempre su madre. Y su padre sonreía y le guiñaba el ojo.
Encontró hasta ese guiño. Se cruzó con el hombre que ahora de espaldas estaba en la cocina preparando la comida, pero no con su nombre. Empezó a llorar, a temblar, le invadió un frío imposible de apaciguar. Honorio se dio la vuelta y la sonrisa que le quería dedicar se borró tan rápido que no llegó a ella. La abrazó y la apretó.
- No sé cómo te llamas. Te he encontrado dentro de mí, y debo quererte, pero ni siquiera sé tu nombre.
- Soy Honorio, cariño, siempre seré Honorio, y te lo diré las veces que sean necesarias, cada minuto, cada segundo, cada instante. No te vas a olvidar de mí.
+1
Enviada por Kenán hace 9 años
No se ha encontrado imágenes sobre esta frase de Carlos del Amor.