Hay cosas que a los adultos no se les pueden contar. Tampoco cuando crecemos y nos volvemos adultos, pues para entonces ya hemos aprendido a arrepentirnos de haberlas pensado, creído, temido, y así las enterramos en el subsuelo de la memoria: donde nuca hay por qué rascar.
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Enviada por Laura hace 9 años
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