Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar. Berreos como jaras calcinadas. Tumbado sobres un costado, su cuerpo en forma de zeta se encajaba en el hoyo sin dejarle apenas espacio para moverse
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Enviada por Tadeo hace 9 años
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