De vuelta a mi cuarto, aún en el pasillo, una suave brisa se coló por la ventana. Coloqué la cara entre los barrotes. Cerré los ojos e inspiré, dejándome envolver por ese olor diferente que llegaba desde fuera. Diferente a todo cuanto había en el sótano. Pero una nota amarga estropeó el momento, porque el exterior acababa de convertirse en un lugar al que no podía ir aunque quisiera. La puerta de la cocina estaba cerrada.
Otra ráfaga de aire me acarició la cara.
Y trajo consigo a la primera luciérnaga.
Voló delante de mis ojos.
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Enviada por Viviana hace 9 años
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