Lo que solemos elevar a la categoría de meditaciones no es más que el ruido de un motor encendido. Saúl había aprendido con el tiempo a no sublimar la torpe mecánica de su nada ilustre cabeza y, al contrario que muchos de nosotros, despreciaba sus propios pensamientos, y con frecuencia los ajenos, tanto como desprecia las lagrimas, las medias sonrisas y las gotas de lluvia.
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Enviada por Remedios hace 9 años
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