El tiempo transcurría al ritmo de mis pasos. A mi alrededor hacía tiempo que todos habían emprendido la marcha, y yo y mi tiempo seguíamos arrastrándonos con torpeza por aquel lodazal. (...) Y yo me limitaba a vivir día tras día sin apenas levantar la cabeza, lo único que se reflejaba en mis pupilas era aquel lodazal infinito. Levantaba el pie derecho, luego el izquierdo, de nuevo el pie derecho. Ni siquiera sabía con certeza dónde me encontraba. No lograba orientarme. Sólo sabía que tenía que dirigirme a alguna parte y, por ese motivo, movía los pies.
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Enviada por Isabel hace 9 años
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