Por la noche me desperté y percibí a Dersu sentado delante del fuego, acomodándolo. Por encima de mi capote se encontraba la manta del gold. Así, pues, gracias a él, había podido entrar en calor y dormir. Los cazadores también estaban abrigados en su tienda. Yo le ofrecí a Dersu acostarse en mi lugar, pero él rehusó.
–No, capitán –dijo–. Duerme; yo guardaré el fuego. ¡Ellos son tan malos! –agregó, señalando los leños.
Cuanto más observaba a este hombre, más me gustaba. Cada día descubría en él nuevas cualidades. Antes, yo había pensado siempre que el egoísmo es propio del hombre primitivo, y que los sentimientos de humanidad eran solamente inherentes a los hombres civilizados.
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Enviada por David hace 9 años
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