Entonces decidí comprarle el gin-seng y ofrecerle una suma superior a la que le podrían dar los chinos. Le expresé mis intenciones, pero el resultado fue totalmente imprevisto. Dersu hundió su mano en el pecho y me tendió la raíz, diciendo que me la regalaba. Mi rechazo le asombró y le hirió al mismo tiempo. Más tarde supe que era una costumbre del país hacer regalos, y que había que dar las gracias al donante ofreciéndole a su vez algún objeto de un precio equivalente.
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Enviada por David hace 9 años
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