Como le expresé mi temor de que le fuera difícil reencontrarnos, el gold estalló en una sonora carcajada y me tranquilizó en el acto:
–Tú no eres ni un alfiler ni un pájaro; tú no puedes volar. Marchando sobre la tierra y posando en ella tus pies, dejas tus huellas, y yo tengo dos ojos para mirar.
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Enviada por David hace 9 años
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