Pasé horas sentado en una sala de espera, junto a un soldado que había perdido el brazo izquierdo. Decía que estaba muy contento de haber perdido un brazo, y encima el izquierdo, una auténtica suerte, teniendo en cuenta que él era diestro. En seis días estaría en casa, y para siempre. Lejos de aquella guerra de cornudos, como la llamaba. Un brazo perdido, una vida ganada. Años de vida. Lo repetía constantemente, enseñando el brazo invisible. Incluso le había puesto un nombre: Zángano. Y le hablaba sin cesar. Lo ponía por testigo, lo reñía, lo pinchaba. La felicidad depende de muy poco. A veces pende de un hilo. A veces, de un brazo. La guerra es el mundo al revés: consigue convertir a un mutilado en el hombre más feliz de la tierra.
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Enviada por David hace 8 años
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