En el zen no se intenta nada: se hace o no se hace, pero no se intenta. Y hay en el zen —como en El taoísmo en general— una singular preferencia por el no-hacer, convencido como está de que buena parte de las cosas en este mundo funcionaría mejor sin la intervención humana, que tiende a violentar su ritmo natural o a crear efectos secundarios de incalculables proporciones.
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Enviada por Esther hace 8 años
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