Cuando los colonos viejos sentencian: “Hay que comprender el país”, lo que quieren decir es: “Debe usted acostumbrarse a nuestro concepto de los nativos”, o, en otras palabras: “Adhiérase a nuestras ideas o lárguese; no le necesitamos”. A la mayoría de aquellos jóvenes le habían inculcado vagas nociones sobre la igualdad. Durante la primera semana les escandalizaba el trato propinado a los nativos y se indignaban cien veces al día ante el desdén con que se hablaba de ellos como si de cabezas de ganado se tratara; o ante un golpe o una mirada. Llegaban dispuestos a tratarlos como a seres humanos. Sin embargo, habría sido inútil rebelarse contra la sociedad a la que se habían incorporado, de modo que no tardaban en cambiar. Imbuirse de su maldad era difícil, por supuesto, pero no lo consideraban “maldad” durante mucho tiempo y, al fin y al cabo, ¿con qué mentalidad habían llegado allí? Con ideales sobre la decencia y la buena voluntad; todo ello muy abstracto. En la práctica, el contacto con los nativos se reducía a la relación entre amo y criado. Nunca llegaban a conocerlos en la intimidad, en su calidad de personas. Unos meses más tarde, aquellos muchachos impresionables y decentes se habían endurecido, para adaptarse al país árido, agreste y bañado por el sol donde se habían instalado; habían desarrollado una nueva personalidad más acorde con su piel curtido y sus cuerpos fortalecidos.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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