Ya nadie tenía hambre, pero eso es precisamente lo bueno con los dulces: solo se pueden apreciar en toda su sutileza cuando no se comen para saciar el hambre, y esa orgía de dulzura azucarada no colma una necesidad primaria sino que envuelve el paladar con la benevolencia del mundo.
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Enviada por Nuria hace 9 años
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