Quizá la encuentre él tibia, tímida, infantil; fuera de estos muros hay otras amantes, hay tigresas, gatas sensuales y panteras lúbricas con las que ruge de placer, en un desenfreno de gemidos, de gimnasia erótica, y cuando todo ello acaba, siente que ha reinventado el mundo, está henchido de orgullo, henchido de fe en su propia virilidad -pero ella, ella goza con un goce más profundo, un goce mudo; se entrega, se entrega del todo, recibe religiosamente, y en el silencio de las iglesias alcanza todo su apogeo, casi a escondidas, porque solo necesita eso: su presencia, sus besos. Es feliz.
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Enviada por Berta hace 9 años
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