-Tendría que irme a la estación –le dije-.
-¿No quieres que vayamos a mi casa? Tomaríamos té y nos meteríamos en la cama.
No respondí nada. Pensé que nosotros tres éramos muñecas rusas. Encajadas para siempre las unas en las otras, inútiles fuera, abiertas en dos y vacías. Ella se acercó a mí.
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Enviada por Bernard hace 9 años