Una primera señal de conciencia incipiente es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable; otra, inalcanzable. Ya no nos avergonzamos de querer morir; pedimos ser trasladados de la vieja celda, que odiamos, a una nueva, que apenas aprenderemos a odiar. Un resto de fe continua operando, por si acaso durante el transporte apareciera el Señor por el pasillo, mirara al prisionero y dijera: "A éste ya no lo vuelvan a encerrar. Éste viene conmigo".
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Enviada por Tomás hace 8 años
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