Sin embargo, cuando el sol, descendiendo hacia el mar, tocó el nítido horizonte, se oyó la voz del almuédano de la mezquita mayor clamando por última vez desde lo alto, donde se había refugiado, Allahu Ahbar. Se estremecieron las carnes de los moros a la llamada de Alá, pero la llamada no llegó al fin porque un soldado cristiano, de más celosa fe, o pensando que aún le faltaba un muerto para dar por terminada su guerra, subió corriendo al alminar y de un tajo degolló al viejo, en cuyos ojos ciegos relampagueó una luz en el momento de apagársele la vida.
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Enviada por Ramón hace 8 años
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