El imaginario y metafísico diálogo con el techo le sirvió para encubrir la total desorientación de su espíritu, la sensación de pánico que le producía la idea de que ya no tendría nada más que hacer en la vida si, como tenía razones para recelar, la búsqueda de la mujer desconocida había terminado... Apartó el plato, dejó caer la cabeza sobre los brazos cruzados y lloró sin vergüenza, al menos esta vez no había nadie para reírse de él. Este es uno de aquellos casos en que los techos nada pueden hacer para ayudar a las personas afligidas, tienen que esperar allá arriba a que la tormenta pase, que el alma se desahogue, que el cuerpo se canse.
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Enviada por Ramón hace 8 años
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