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Frases del libro Bel Ami de Guy de Maupassant
Aquí encontrarás una recopilación de las mejores
frases del libro Bel Ami de Guy de Maupassant
. Frases cortas, frases célebres, citas, fragmentos del libro Bel Ami.
Frases de Bel Ami
»¿A qué asirse? ¿A quién dirigir nuestros gritos de angustia? ¿En qué podemos
creer? Lo único cierto es la muerte.
Se detuvo, cogió a Duroy por las solapas del gabán y con voz lenta dijo:
– Piense usted en todo esto joven; piense en ello durante días, meses y años, y verá
la existencia de otro modo. Intente desligarse de cuanto le aprisiona, realice el
sobrehumano esfuerzo de salir vivo de su cuerpo, de sus intereses, de su pensamiento,
de la Humanidad entera para contemplarlo todo, y comprenderá usted qué poca
importancia tienen las polémicas entre románticos y naturalistas y la discusión de los
presupuestos.
Reanudó la marcha con paso más rápido, y prosiguió:
–Pero también sentirá la espantosa desolación de los desesperados. Se debatirá
usted furiosamente en la incertidumbre donde se ahogará. Gritará usted a los cuatro
vientos: «¡Socorro!», y nadie le contestará; tenderá usted los brazos, llamará para ser
socorrido, amado, consolado, salvado y nadie acudirá.
»¿Por qué sufrimos así? Es que, sin duda, habíamos nacido para vivir más según
las leyes de la materia y menos según las del espíritu. Pero, a fuerza de pensar se ha
establecido una desproporción entre nuestra inteligencia, engrandecida, y las
condiciones inmutables de nuestra vida.
»Fíjese usted en las gentes vulgares: a menos que las abrumen grandes desastres,
están siempre satisfechas, sin sufrir la común desdicha... Tampoco los animales la
sienten.
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Enviada por Tomás hace 8 años
–¿Qué haces en París? –dijo Forestier.
Duroy se encogió de hombros.
–Morirme de hambre –repuso–. Cuando cumplí más años de servicio, quise venir
aquí a hacer fortuna o, si he de serte franco, por vivir en París. Desde hace seis meses
estoy empleado en las oficinas de los ferrocarriles del Norte, con mil quinientos francos
al año. Ni más ni menos.
–¡Caramba! No es gran cosa –murmuró Forestier.
–Desde luego. Pero ¿qué quieres que haga? Vivo solo, no conozco a nadie ni
tengo quien me recomiende. No es voluntad la que me falta, sino medios.
Su compinche lo miró de arriba abajo, como hombre experto que juzga a otro de
una ojeada. Luego exclamó en tono convencido:
–Mira, muchacho: en este mundo todo depende de saber dominar la situación. Un
hombre un poco astuto puede llegar a ministro antes que a jefe de negociado. Hay que
imponerse, no pedir. Pero, ¿cómo diablos no has conseguido cosa mejor que ese
destinillo en el Norte?
Duroy replicó:
–He buscado por todas partes algo mejor, pero nada he conseguido. Sin embargo,
ahora tengo algo a la vista: me ofrecen una plaza de profesor de equitación en el
picadero Pellerín. Alí tendré, por los menos, tres mil francos.
Forestier se paró en seco.
–No hagas eso. Aun en el caso en que te dieran diez mil francos, sería una
estupidez. Te cerrarías de golpe las puertas del porvenir. En tu oficina, siquiera, estás
agazapado; nadie te conoce; puedes salir de allí si te encuentras con fuerzas para ello y
hacer carrera. Pero una vez metido a maestro de equitación, todo habrá acabado para tí.
Sería como si te colocases de maestresala en una casa donde comiese todo París.
Cuando hayas enseñado a montar a caballo a los hombres de buena sociedad o a sus
hijos, ya no podrías considerarte como a un igual.
Calló, reflexionó unos instantes, y, al fin, preguntó:
–¿Tienes el título de bachiller?
–No; me suspendieron dos veces.
–Eso no importa, con tal que hayas cursado todos los años del Bachillerato. Si
delante de tí se hablase de Cicerón o de Tiberio, ¿sabrías, sobre poco más o menos, de
quién se trataba?
–Sí, sobre poco más o menos.
–Bien. Nadie sabe más, salvo una veintena de imbéciles que no sirven para otra
cosa- ¡Bah! No es difícil pasar por fuerte en la materia. La cuestión está en no dejarse
pillar en flagrante delito de ignorancia. Se las va uno arreglando, se esquiva la
dificultad, se sortea el obstáculo y se sale del paso con un diccionario. La mayoría de los
hombres son más brutos que un cerrojo y más ignorantes que las carpas.
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Enviada por Tomás hace 8 años
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