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Frases del libro Almas grises de Philippe Claudel
Diciembre de 1917. En un pequeño pueblo del norte de Francia, el cuerpo sin vida de una hermosa niña aparece flotando en el canal. A la escena del crimen acuden, acompañados por el incesante tronar de los cañones y el acre olor a pólvora de un frente que se desgarra a escasos kilómetros, un policía, un juez instructor y un militar. En este mundo provinciano, el asesinato de Belle suscita innumerables sospechas, despierta viejos rencores y sacude un orden social que se tambalea. Todos los indicios apuntan al fiscal Destinat, un rico aristócrata ya jubilado, pero el juez designará como culpables a dos desertores apresados en las cercanías del lugar del crimen. Sin embargo, la crónica de los hechos, escrita por el policía veinte años después del suceso, invita al lector a descubrir una realidad inesperada. En su implacable relato, donde la emoción aparece retenida por el pudor del narrador, nadie es inocente, y los culpables, de una forma u otra, son también víctimas. El gris es el tono dominante, pero no el gris de la muerte, ni el del duro clima invernal, ni siquiera el de la cobardía, sino el gris en que se desenvuelve la condición humana: la ausencia de certezas absolutas, las sombras, los claroscuros, en suma, el peso rotundo de la duda.
Aquí encontrarás una recopilación de las mejores frases del libro Almas grises de Philippe Claudel. Frases cortas, frases célebres, citas, fragmentos del libro Almas grises.
Frases de Almas grises
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Enviada por David hace 8 años
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Enviada por David hace 8 años
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Enviada por David hace 8 años
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Enviada por Carla hace 9 años
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Enviada por Carla hace 9 años
Pasé horas sentado en una sala de espera, junto a un soldado que había perdido el brazo izquierdo. Decía que estaba muy contento de haber perdido un brazo, y encima el izquierdo, una auténtica suerte, teniendo en cuenta que él era diestro. En seis días estaría en casa, y para siempre. Lejos de aquella guerra de cornudos, como la llamaba. Un brazo perdido, una vida ganada. Años de vida. Lo repetía constantemente, enseñando el brazo invisible. Incluso le había puesto un nombre: Zángano. Y le hablaba sin cesar. Lo ponía por testigo, lo reñía, lo pinchaba. La felicidad depende de muy poco. A veces pende de un hilo. A veces, de un brazo. La guerra es el mundo al revés: consigue convertir a un mutilado en el hombre más feliz de la tierra. --1
Enviada por David hace 8 años
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