El tema no le interesaba en absoluto, solo deseaba admirarla reflejada en el gran espejo biselado detrás de la bañera, anticipando el momento en que llegarían las ostras y el salmón, descorcharía una segunda botella de su sauvignon blanc y ella saldría del agua, como Venus del mar. Entonces él la arroparía con una toalla, envolviéndola en sus brazos, y besaría esa piel joven, húmeda, acalorada; después iniciarían los juegos del amor, esa lenta danza conocida. Eso era lo mejor de la vida: la anticipación del placer.
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Enviada por Gabriela hace 9 años
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