Ya estamos crecidos, Borja. Y olvidados. De nuestro errabundo caminar de niño, de nuestro perverso, agridulce corazón de niño. Aunque alguna vez -ayer, hace diez años, tal vez mañana- lo creamos conservado en algún lugar (como cuando se abre una caja, inopinadamente hallada, y en el envés de la tapa, en el menudo y moteado espejo, nos asusta el fantasma de unos ojos que no volverán). En todos nuestros actos hay algo parecido a un acecho, apartado y constante.
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Enviada por Rebeca hace 8 años
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