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Frases del libro Luciérnagas de Ana Maria Matute
Con una voz íntima que modula sobresaltos y nebulosas, Ana María Matute nos enfrenta a las experiencias de un grupo de jóvenes, casi niños, a quienes la guerra civil ha despojado de cualquier resto de su anterior universo infantil.
El escenario escogido es una Barcelona de soldados y mujeres mal pintadas, de refugiados y mendigos, de gentes ocultas que intentan sobrevivir día a día en medio de los escombros, la luz blanquecina de los reflectores, los bombardeos y la amenazada espera. Pero más allá de un tiempo y un espacio concretos, el propósito de la escritora es presentar a unos muchachos que conviven con el temor y la muerte y ahondar en las emociones de una joven que, desde la carencia y la provisionalidad, hallará en el amor el verdadero significado de la paz.
Aquí encontrarás una recopilación de las mejores frases del libro Luciérnagas de Ana Maria Matute. Frases cortas, frases célebres, citas, fragmentos del libro Luciérnagas.
Frases de Luciérnagas
¿A dónde habrían ido a parar sus horas de trabajo, sus preocupaciones pequeñas y cotidianas, sus proyectos? Aún estaban sus trajes colgados en el armario, bamboleándose cuando se abría bruscamente.¿Qué se hizo de sus recuerdos, de sus secretos? No murió sólo su cuerpo. Un cortejo de luces y sombras, de sonidos, de deseos, de color, de luchas y de recompensas terminaba con él. Se piensa a veces en la muerte. Tal vez se piensa siempre en la muerte y no se cree que pueda ser tan breve, tan simple, tan rotunda +4
Enviada por Rebeca hace 8 años
Un mundo alboreaba en ella, donde existirían los zapatos rotos, la tabla de multiplicar, los grandes cielos calientes, las bombillas apagadas, las balas de fusil, los insectos, las manos que palpan piel humana y corteza de árboles, un mundo de desolación y de alegría, de felicidad y de preocupaciones, de gritos y de largos bostezos. Y estaba en ella, con ella, dentro de ella con sus propios cielos, con las rejas de su cárcel, con su dolor y el lejano canto de los pájaros. +1
Enviada por Rebeca hace 8 años
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Enviada por Rebeca hace 8 años
Ahora, esas gentes que no debían mirarse, prohibidas, cuya existencia se les mantenía oculta y de las que era obligado olvidarse, invadían de nuevo la ciudad. De pronto no cabían en la calle y venían a inundar con su realidad ineludible el pequeño mundo, suave, de caperucitas rojas y lobos de cartón, acrecidos, apelotonados, en número mucho mayor del que podía suponerse, y hacía ostensible su presencia. […] Asomada a la ventana, veía cruzar los coches pintarrajeados, atiborrados de hombres y mujeres armados. Unos seres cuyos rostros jamás vio en parte alguna ni supuso que existieran. 0
Enviada por Rebeca hace 8 años
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